02-10-2017
 

Rocky, Fangio y la selección



 



Cuando Rocky Balboa supo que estaba confirmada su pelea frente a James “Clubber” Lang comenzó a prepararse de un modo muy particular. Por esos días en los que disfrutaba de la fama y se vestía con elegantes trajes, montó un show en cada entrenamiento preocupándose más por vender su imagen que por su puesta a punto, porque daba por sentado que la pelea ya la tenía ganada. Dicho en otras palabras “Se la creyó”. Claro: Había ganado el título de pesos pesados, pero había perdido algo esencial en un deportista. La humildad. Poco había quedado de aquel modesto (e ignoto) boxeador de Filadelfia que exhalaba hambre de gloria, que se entrenaba con los escasos recursos que tenía y que sobre el ring dejó el alma y el corazón en los combates ante Apollo Creed. Rocky pagaría muy caro su exceso de confianza. Lang le llenó la cara de dedos y le propinó la peor de las derrotas: La humillación.

Hace muchos años, muchísimo, la selección Argentina metía miedo en donde se presentara. Basta con agarrar las estadísticas de los viejos campeonatos sudamericanos donde (Por citar sólo tres ejemplos porque la lista es larga) en el 42 le ganó a Ecuador por 12 a 0, en el 45 a Colombia 9 a 1 y en el 47 a Bolivia 7 a 0. Solamente Brasil y Uruguay estaban en igualdad de condiciones. Lo de Brasil es un caso aparte. Es el único equipo que participó de todos los mundiales y encima de eso ganó cinco.

Los tiempos han cambiado, es cierto, los jugadores argentinos siguen estando entre los mejores y nadie puede dudar del talento que tienen porque los números hablan por sí solo. Todos juegan en equipos de primer nivel y han ganando los títulos más importantes que un futbolista puede ostentar. Icardi e Higuaín suelen convertir de a tres goles, Dybala la rompe en la Juventus y ni hablar del nivel de Messi que bate todos los records. ¿Y entonces? Entonces que el fútbol es un deporte de equipo, en el que no alcanza con tener grandes individualidades si no pueden entenderse en el campo de juego.

En la actualidad los jugadores llegan cuatro días antes, se entrenan, juegan y cuando terminó el partido se toman un avión y se vuelven a Europa. No se conforma un grupo, no hay tiempo de trabajo, no tienen arraigada la esencia de nuestro fútbol y esto no quiere decir que no sientan la camiseta, porque la sienten pero a su manera, sino que les falta ese “plus” que debe que tener todo jugador en busca de gloria. Ellos viven otra realidad. Ni mejor ni peor. Distinta. Cobran cifras astronómicas, manejan los mejores autos y viajan en primera clase. Por supuesto que no están mal que tengan esa vida, ni tampoco que en los tiempos que corren suban una foto a Instagram o no quieran hablar con la prensa. Pero lo cierto es que a la hora de los bifes se nota (y mucho) la falta de ese “plus”, el transpirar la camiseta más linda del mundo. Por citar dos casos, en el mundial del 86 el Tata Brown terminó el partido frente Alemania con el hombro luxado y en el 90 Maradona jugó ante Brasil con el tobillo a la miseria. Sin embargo Di María ni bien siente una molestia se tira al piso y pide el cambio.

¿Por qué será que desde el 93 a la fecha Argentina no ganó nada? Es cierto que su mejor periodo (en cuanto a estadísticas) fue el que comprendió el subcampeonato del mundo en Brasil 2014 y las dos finales perdidas ante Chile por las copas Américas del 2015 y 2016. Pero lo que queda en claro es que no hay un proyecto serio, a largo plazo y planificado. En los últimos trece años la selección tuvo ocho técnicos y así es muy difícil que los resultados lleguen. En 180 minutos, contra Uruguay y Venezuela, entre todos los jugadores no pudieron hacer un solo gol, porque el tanto argentino ante los venezolanos fue producto de una jugada desafortunada de un rival en contra de su propia valla.

Se vienen Perú y Ecuador y no hay tiempo para volver a las fuentes, pero quizás (Cuando pase el temblor) sea hora de hacer una profunda autocrítica e intentar volver a nuestras raíces, a entender el fútbol desde su esencia. Sin tantas Wandas, tantos celulares, tantos yates y tantos tatuajes y cortes de pelo de rockstar. El fútbol es otra cosa.
Quizá haya llegado el momento de poner en práctica aquellas sabias palabras de Juan Manuel Fangio: “Hay que trabajar para ser el número uno, pero nunca creerse el número uno” y si no que le pregunten a Rocky qué le pasó cuando se la creyó.


Foto: www.lanacion.com.ar

 

 

 




Autor: Rodrigo Gaite
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